lunes, 25 de junio de 2018

Anatomía de un adiós

Ante la evidencia clara de que Óscar había ido al encuentro con el solo propósito de terminar con la relación, se armó de paciencia y decidió, siquiera por cortesía, oír su discurso. Oír, que no escuchar. Todo lo que se hubiera preparado podía resumirse en una sola palabra: “desgaste”, mas no quiso interrumpirlo, ya que tanto se había molestado. Se permitió, mientras tanto, echar  vista atrás a los comienzos, y encontró bastantes similitudes al instante aquél en que, cinco años hacía, fue regalada con una parrafada semejante, pero orientada  a obtener su favor amoroso.  

Dicen que cuando uno se halla en sus últimos instantes, por su cabeza discurre toda la vida como si de un filme se tratara. No temía morirse precisamente, pero le sucedió algo similar. Mientras su casi ex se esforzaba en escoger palabrería sutil para no hacerle más daño, Elsa se teletransportó a tiernos tiempos de tiernos besos, tiernas miradas, tiernos gestos y tiernas caricias. No encontró en la película ninguna secuencia desagradable, ni discusiones, ni decepciones;  silencios, todo lo más. No se arrepentía, ni sentía sensación de abandono, si eso es lo que temía él, y tuvo que morderse la lengua para no sentenciar el monólogo, aunque sabía que, dejándole hablar,  podría calmar su tensión. Oscar lo estaba pasando verdaderamente mal para explicarle que ya no la amaba, ni se sentía amado.

Disimuló  cierta compasión por él. En todas las grandes decisiones de aquella relación, había tomado él la iniciativa. No sabía si esa determinación se debía a un residuo de su retrógrada educación, o sencillamente  su ego le empujaba a tener siempre la última palabra, la definitiva. Un ego suave, nada molesto,  soportable durante todo el tiempo que estuvieron juntos. Un ego por costumbre, una costumbre a extinguir a partir de aquél día. 

-Creo que ha quedado claro, ¿verdad? , concluyó él. 

-Por descontado. Quiero darte las gracias por todo. 

-¿Y no vas a decirme nada más? 

-¿Es necesario? 

Él sonrió, e hizo un último esfuerzo, ya no por hablar, sino por impedir que las lágrimas asomaran a sus ojos. No tuvo éxito y lloró. Un final es un final; una despedida es una despedida.

-Se veía venir. No te sientas mal. 

-¿Estas enfadada? 

-Nunca podría enfadarme contigo. Eres un hombre maravilloso, y te deseo lo mejor. 

Lo abrazó con la misma ternura que lo había hecho siempre. Aunque  desde meses atrás  aquello estaba anunciado, no pensó jamás que fuera tan sencillo, sin traumas, sin reproches, sin gritos. 

-Te llamaré de vez en cuando, para saber si estás bien. 

Oscar asintió con la cabeza,  no le quedaban  palabras. Con un gesto  le indicó que debía marcharse, y se subió al coche. Con un último adiós indeciso de su mano,  arrancó el motor y marchó. 

Elsa miró durante unos segundos al que un instante antes fuera el hombre de su vida mientras se alejaba, como si no quisiera perderse un solo minuto de aquella historia que, no por acabar fríamente, había sido menos intensa y satisfactoria. Cuando lo perdió de vista tras la curva de la avenida, se giró para entrar en la casa. Suspiró, aliviada pero triste. Una lágrima afloró a sus ojos.

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