domingo, 1 de abril de 2018

Telesforo (Octubre-2013)


Fuiste una institución en esta villa
quien algo necesitara, a tí acudía
dispuesto a toda hora, noche y día
cargándote trabajo a la costilla.

Ataviado con esparto, paño y pana
mechero de yesca y cinturón de cuerda
desde la niñez se te recuerda
cenceño, bajo tu boina de lana.

Leer, ni escribir, ni contar sabías,
ni entendías de intereses o ambiciones,
rehusaste ayudas y consideraciones:
"¡Ninguna falta me hacen!", proferías.

Con pan y tocinillo eras dichoso,
mal pagado, todo gesto agradeciste.
Bonachón, mala fe jamás tuviste,
nunca supe de nadie tan generoso.

Cada vecino, sus llaves te confiara,
y con celo custodiaste sus tesoros.
Duerme en paz, querido Telesforo,
hoy te llora todo aquél que te tratara.

Abril para olvidar


“Abril para vivir… Abril para cantar
Abril, flor de la vida al corazón
Abril para sentir… Abril para soñar
Abril, la primavera amaneció”


No pude evitar entonar los acordes de aquella delicia del gran Carlos, cuando me acerqué a la que  un día fuera nuestra casa. Me hallaba, además, en mitad de Abril, lo que a me traía, a un tiempo, lindos y amargos recuerdos. Te convertí mentalmente en la alondra de la copla, la alondra que dejaba  el dolor para cantar, mas no la luna de Abril para olvidar.

Entré,  y, de primeras creí que quizá no todo estaba perdido. El olor del hogar persistía y los objetos conservaban su original ubicación, como si nunca nos hubiéramos marchado. Una vez más, tuve el impulso de buscarte, llegando  a sacar el teléfono de mi bolsillo, pero me contuve. No era ya momento de abrigar esperanzas; hacía un invierno que habías decidido dejarme. En efecto y reiterando, no todo estaba perdido, quedaba lo más importante: Yo mismo.

Me había costado meses aceptarlo. Me hiciste tan tuyo durante aquellos años, que pensaba que ya no podría ser de nadie más. La culpa también se obstinaba en realizar su trabajo castigándome sin compasión. Tan canalla era y es, que siempre albergaré la duda de si no sería yo, más que tú, quien habría derruido lo que tanto nos costara erigir antaño. La conciencia es un ajuste de cuentas desconsiderado y constante.

Me dejé, pues, masacrar por ella. Sufrí mi condena, aislándome del mundo y de las gentes. Me hundí en la soledad y la desdicha dejándome arrastrar por la amargura hasta tocar fondo, creyéndome, además, legítimo merecedor de todo ello.

Desgastado por la autodestrucción, y convencido de que ya no quedaba nada de mí,  fui a toparme con mi propio mástil. Hallándose aquél más férreo de lo que pensaba, lo usé como pilar para alzarme de nuevo. Me propuse sacar fuerzas para volver a nuestro hogar,  intentando no verlo en el presente tal como fuera en el pasado, y sí como un escenario en el que transcurriera, con sus venturas y miserias, un capítulo más de mi vida, importante  pero no necesario para seguir; mucho menos para reemprender.

Busqué en la cómoda de nuestro dormitorio la carpeta con el documento que me era menester, y sin mirar más a mi alrededor, abandoné la vivienda, cerrando con llave a ultranza, tanto la puerta, como nuestro pasado.

“Abril para sentir, Abril para soñar
Abril para encontrar un nuevo amor.”