sábado, 3 de julio de 2021

La banda sonora de nuestra vida

El padre de Noemí siempre fue muy directo con ella: “Debes prepararte mejor que tus compañeras porque eres mujer, negra y coja. Tienes más obstáculos”.

Quizá la cruda sinceridad de su padre le hiciera mella de verdad. Ignoro si también le diría a su pequeña cuántas cosas buenas y bonitas tenía, como aquellos ojos azules que nos tenían locas a sus amigas por el contraste con su achocolatada piel, o su sentido del humor insuperable.

Noemí pasaba los recreos sentada sobre su silla de ruedas en un rincón del patio del colegio. A veces se llevaba apuntes para estudiar, o escuchaba música en un pequeño transistor que se acercaba a la oreja. Le hacíamos breves visitas que nos servían también de descanso entre juegos y carreras, y siempre lo agradecía con ganas de reír y bromear.

Le teníamos un cariño especial, y no solo por su vulnerabilidad. Ella pasaba todo el año en el internado, salvo verano y Navidad, y en cierto modo nos consideraba su familia. Siendo recíproco el sentimiento, un día decidimos a escondidas reunir dinero para hacerle un regalo de cumpleaños entre todas. Consistía en un tocadiscos portátil infantil para discos de vinilo tipo “single” que parecía un bolso, equipado con una larga cinta ajustable para poder llevarlo en bandolera o sujetarlo al apoyabrazos de la silla.

Noemí celebró el regalo y nos comió a besos, pero no habíamos caído en un pequeño detalle: No había discos que meter. Acordamos que, cuando volviéramos el lunes siguiente después del fin de semana en casa, le llevaríamos discos para que pudiera estrenar su regalo.

En seguida se vio con una colección de más de cincuenta que guardó en una caja de madera que le dio Blas, el cocinero del colegio y, con mucho cariño, una monja le confeccionó un forro con tela guateada de flores.

El resultado fue que a veces nos olvidábamos de jugar durante el recreo, sobre todo si hacía frío, y nos gustaba más quedarnos junto a Noemí a escuchar los discos que más nos gustaban.

Yo le había llevado uno, canción original de mi serie televisiva favorita , “Pippi Calzaslargas”, con el que hicimos una divertida coreografía de baile, pero entre los que trajeron las compañeras, elegí algunas canciones que, posteriormente, he recordado como esenciales en la banda sonora de mi vida y las sigo escuchando con la misma emoción:

Sergio y Estíbaliz y su “Volver”, algunas canciones de José Luis Perales, Juan Bau y su “Estrella de David”, TODO lo que hubiera en la caja cantado por Nino Bravo, “La orilla blanca, la orilla negra” de Iva Zanicchi y una versión de “Los ojos de la española” que brillantemente interpretaba el trío Los Panchos.

No tendría espacio para enumerar la cantidad de canciones que ya entonces quedaron grabadas en mi alma, pero sí debo expresar el orgullo que siento cuando recuerdo cuánto pudimos ayudar a Noemí a llenar sus recreos sin juegos ni carreras. En una época como la actual donde seguramente habría sido presa de bullying por su discapacidad y raza, necesito recordar que hubo una vez en que los niños fueron nobles y generosos con el débil. Quizá necesitaríamos, indudablemente, más música.