lunes, 9 de febrero de 2015

Una navidad Diferente

“It’s the most wonderful time of the year…”



La varonil y aterciopelada voz de Andy Williams me recordó por megafonía, nada más apearme del tren en el aeropuerto de Stansted, que ya estábamos casi en Navidad. Nochebuena a la una de la tarde, en realidad. Tenía hasta la noche para llegar a Madrid. No sería, en teoría, un viaje largo, aunque quizá  incómodo. Mi justa economía solamente me permitía volar, y no sin cierto esfuerzo, en líneas de bajo coste. Si no hubieran sido las fechas que eran, quizá me habría ahorrado el pasaje. Total, todos los días hablaba con mis padres, y de vez en cuando encendíamos la webcam para vernos. En cómputo general,  los veía más a menudo que antes de irme a Leeds, aunque fuera por medio de una pantalla.

Por fortuna, pude tomarme la jornada libre;  allá el día de Nochebuena no era festivo, y mis jefes habrían agradecido que cuidara de sus alocados niños mientras ellos ultimaban preparativos familiares. Se comportaron conmigo.
Después de casi cuatro horas en tren para llegar a la capital, estaba cansada. Supuse que la tarde, aun viajando, sería diferente; nunca he tenido problema en quedarme dormida en los aviones. De Barajas a la casa de mis padres intentaría conseguir un taxi. O éso planeaba.

“Rockin’ around the crhistmas tree…  at the christmas party hop…”



La estación ferroviaria estaba algo  alejada de la entrada de la terminal. Contenta, sin embargo, porque pronto vería a mi familia, iba entonando, a la par que los altavoces, antiguas canciones de navidad. Llevaba los pies congelados. No me había puesto el calzado adecuado para la nieve, y me resbalaba a cada paso sobre la acera. Como contaba con sobrado tiempo, me senté en un banco para calentármelos un poco con los guantes, y de paso, sacar algo de mi  bolsa de mano, y comer.
La manzana emitió un hueco sonido cuando le propiné el primer mordisco. La saboreé con los ojos cerrados; me encantaba la fruta de Leeds, siempre sabía como recién tomada del árbol.

Algo me rozó la pierna y miré hacia abajo. Era un perro. De tamaño mediano, desaliñado y extremadamente delgado, parecía abandonado. Tiritaba de frío y levantaba el hocico hacia mi manzana, hambriento. Su pelaje era gris, o blanco sucio, aunque su barba era canosa del todo. Me recordaba a algún anciano conocido; sólo le faltaban unas lentes y una pipa para ser casi un clon. Sin pensar si le gustaría la fruta, mordí un pedazo y se lo acerqué. El tampoco pensó y lo agarró con suavidad, para tragárselo sin mascar apenas. Me dio lástima. Busqué en la bolsa y hallé un paquete de patatas chips sin abrir. Lo rasgué y lo deposité abierto sobre el suelo. No le duró ni dos minutos. Mientras el famélico animal terminaba de lamer el envoltorio, me levanté y me encaminé a la terminal. Ni siquiera el ruido de mi trolley le asustó, tan concentrado estaba en la digna tarea de sobrevivir. Lo dejé ahí, deseándole una vida mejor para 2015, y lamentando, en mi fuero interno, que no fuera el día más apropiado para llevarlo conmigo. Quise pensar que esa tarde se toparía con muchos otros viajeros compasivos.

“You better watch out…you better not cry… you better not pout… I'm telling you why… Santa Claus is coming to town…”



Me perdí dos veces por un pasillo, pasando tres, inexplicablemente, por la misma tienda de souvenirs, antes de aparecer por el vestíbulo de facturación de Stansted. Sin mirar los paneles, extraje el billete y la documentación para entregárselos a una supermaquillada azafata, que se encargaría a partir de ese momento, supuestamente, también, de que mi ruidosa maleta desapareciera por siniestras cuevas hacia la bodega del avión que me trasladaría hasta Madrid. Mas no fue así.
Miró los papeles, dándoles la vuelta una y otra vez, como si nunca hubiera visto un billete de ese tipo. Con un gesto entre cansado y misericorde, y un escueto “sorry”,  señaló tras de mí con el dedo. Al girarme, me topé con los paneles olvidados. A la izquierda, números y letras correspondientes a decenas de vuelos. En el centro, los destinos. A la derecha y junto a cada vuelo, repetida mil veces, una sola palabra: “Cancelled”.
Le pregunté, en mi aún arcaico inglés, por cuánto tiempo. Me dijo que no sabía, que estaban todos los vuelos cancelados hasta que las condiciones climatológicas permitieran la reanudación, que había niebla, nieve, ventisca y otras barbaridades hostiles con la profesión aérea, que hablara con mi compañía expendedora, y que de momento no podía entregarme tarjeta de embarque alguna, y mucho menos aún librarme de la maleta. Me sonó todo aquello a discurso ensayado, de modo que preferí no preguntar nada más.

“Come, adore on bended knee… Christ the Lord… the newborn King... Gloooo… ooo… oooria… in excelsis Deeeeo…”



Los asientos del aeropuerto comenzaban a llenarse de desahuciados pasajeros (como yo), con sus  equipajes, mochilas, cajas de regalo de colores y tamaños diversos, y abrigos. Pareciera que Santa Claus hubiera delegado la tarea en aquellos pobres mortales. Me acomodé en uno cercano a las vidrieras que daban a la calle; al menos podría entretenerme mirando el tráfico rodado y las luces de Navidad. Si en dos horas no se reanudaban los vuelos, no me quedaría más remedio que llamar a mis padres y contarles. Sé que les daría el disgusto del año a 24 de Diciembre. Después de aquello y a la hora que era, seguro que tampoco encontraría billete disponible para el día siguiente, ya Navidad. Y, la verdad, luchar por ello y, de lograr el imposible, llegar a España y estar allá solamente unas horas, tampoco me apetecía. Para mi no había vacaciones de invierno, y el día 27 tendría que estar a las siete de la mañana puntual en mi puesto de trabajo. No podía arriesgarme a un despido; bastante tener que salir del país para poder ganarme el pan, aunque fuera como au-pair.

“Holy infant… so tender and mild… sleep in heavenly peace… sleep in heavenly peace…”



Me quedé  dormida con el abrigo como almohada. Demasiado dormida. Pero “alguien” me despertó con un ladrido. Mirando al cristal, me topé, tras un círculo empañado, con una nariz que me resultaba familiar. Una vez evaporado el vaho, reconocí el barbudo hocico del perro que, horas antes, había terminado con mi almuerzo. Sentí una alegría extraña. Sonreí, y el can, que a buen seguro sabía lo que era una sonrisa humana, comenzó a arañar el vidrio con la pata, gimiendo y moviendo la cola de contento. Me incorporé y, sin ponerme el abrigo, salí a su encuentro, no sin antes tomar de la barra de un bar, sin mirar el precio y dejando una moneda, un suculento sandwich de pollo para mi nuevo amigo, que se ocupó de hacerlo desaparecer en cuestión de segundos. Sentada en el suelo, sobre el abrigo como aislante sobre  la nieve, juraría que la Navidad comenzó a tener para mí un sentido  hasta entonces nunca conocido. El perro, satisfecho tras la merienda, se tumbó a mi lado y colocó su despeinada cabecita sobre mis piernas para quedarse dormido de inmediato, tal fuera que llevara semanas sin hacerlo, preso del hambre. Desde ahí podía leer los paneles del primer vestíbulo. Los vuelos seguían cancelados. Eran las cinco de la tarde, y ya había caído la noche.

Abrí la tapa del celular.
“Madre. Lo viste, ¿verdad?. Lo siento mucho, mamá. Sí, estoy en el aeropuerto, pero ya se ha hecho de noche… No, mamá, no va a poder ser. No encontraría billete para mañana. ¿El dinero? No creo que me lo devuelvan, mamá, pero he intentado ir a verte,  y es lo que importa… Voy a ver si estoy a tiempo de tomar un tren de vuelta, que por suerte sí funcionan. Lo siento, mamá, lo siento. Feliz Navidad, mamá, os quiero. Un abrazo para los dos. En cuanto llegue, prometo que me conecto con vosotros”.

“Ticket to Leeds, please. Yes, Sir, the dog is coming with me, of course; HE is MY dog.”
One hour? OK, I’ll wait, thank you”…

Una hora de espera y casi cuatro de viaje hasta abrir la puerta de mi modesto apartamento. Antes de Navidad tenía que encontrar un nombre para mi perro. “En casa,- le dije-, todos tenemos nombre, incluso tú”. Llegaríamos tarde, muy tarde, pero al otro día nadie le libraría de un buen baño caliente y, quién sabe… “¿te gusta el roast-beef? Creo que tengo un buen trozo en el congelador”

“Let it snow… let it snow… let it snow…!!”






¿“Snow”? ¡Me parece un buen nombre!

Irisada


No hay comentarios:

Publicar un comentario