lunes, 13 de abril de 2015

Viuda negra

-Decidido, me caso.
-¿Qué? ¿otra vez?
-Sí, otra vez. La semana que viene.
-¡Apenas lo conociste, Belinda!
-¿Y qué?
Oh, mi espejo me tomó odio, ¿lo ves? ¿Qué hago con estos pelos, estas tetas, este culo, esta barriga?
-Recién enviudaste hace dos meses. ¿No decías que era el amorrrrr de tu vida?
-No tengo tiempo de ponerme a dieta, ni de ir a la peluquería. Tendré que llevarlos puestos a la boda.
Lo único que he exigido a los amores de mi vida, Laura, es que estén vivos. No pretenderás que me enamore de un muerto, ¿eh?
¡Ah! Y que sean aficionados a buscar setas, claro.
-Por Dios, un poco de reflexión. ¡te has casado ya tres veces! ¡Me has hecho tres veces cómplice de... de...!!
-... y serán cuatro, hermanita.
-¿Serás capaz de hacerlo de nuevo?
-Claro. Nos beneficia, ¿no?
-Estás matando sistemáticamente a todos tus maridos. Y yo lo estoy ocultando por librarte de la prisión. Deberías parar alguna vez, digo.
-Creo que para este enlace me tintaré la melena de platino. Nunca me he casado de rubia, ¿qué te parece?
-¿Me estas escuchando?
-Sí, Laura, te estoy escuchando, y mientes. No lo ocultas por amor a mí, sino porque yo te lo compenso cuando heredo. ¿O no? Te estoy comprando el silencio, y a ti te encanta que lo haga. Te recuerdo, de todas maneras, que tú también te estás librando de una buena, callando como callas.
-Belinda, sé honesta. ¿Tú te enamoras?
-¡No me ofendas!
-¡Belinda!
-¡Por supuesto, Laura! ¡Yo no me casaría con cualquiera! El roce hace el cariño. Y… a la fuerza ahorcan. ¡No me mires así!
-Los terminas matando, Belinda. Te deshaces de ellos. Eso no tiene más que un nombre. Eres una viuda negra, hermana.
-Mira, hermanita, no me vengas ahora con acusaciones novelescas. Ese oficio que dices es muy complicado, ¡y muy ingrato! No es nada fácil buscar la seta apropiada en cada ocasión. No puedo usar siempre las mismas, ¡me descubrirían! ¿No lo entiendes? ¡Tiene que parecer un accidente! Y me cuesta actuar, disimular, fingir… Me paso horas y horas estudiando micología forense. Hay setas que matan entre dolores atroces. No me gusta que mis hombres sufran; he de escoger bien. Y tú, ¿Tú qué haces? Tú no haces nada. Solamente me encubres, y vienes a por tu remuneración.
-Si tanto los quieres, Belinda, ¿por qué lo haces?
-Hermanita… Ven. Siéntate, ven aquí, anda, ven.
Aún eres muy joven para entenderlo, nunca has tenido pareja. Y tampoco te veo con ganas de tenerla. Te pasas la vida viajando, así no sentarás cabeza jamás.
Escucha, Laura, cielo. Los hombres son como detergentes para la ropa. ¿Sabes?
Por muy satisfecha que puedas estar con uno, siempre hay que renunciar a él, para buscar otro mejor…

No hay comentarios:

Publicar un comentario