Perra renuncia, tu existir
maldigo
condeno
tu sarcasmo y tu encerrona
que
castigan y horadan mi persona;
mil
veces ansío tu ruina, y digo
que
no he de calmar esta ira creciente
ni
he de tranquilizarme hasta ver muerto
todo
frente que en mí tengas abierto
y
que me hiera con su hierro ardiente.
No
hay belleza ninguna en el hastío;
no
puede haber consuelo en el averno,
ni
el más mísero aliento hay en el frío
por
cálido que pintes el invierno.
Y
juro, perra, que el corazón mío
no morirá sin verte en el infierno.
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