No
digas nada...
Déjame
mirarte, callado, sereno. Déjame gozarte la sonrisa, emborracharme en tus ojos,
y déjame ver, hermoso mío, cómo el sol despierta el vello dorado y
amelocotonado de tu espalda.
Paisaje
inolvidable el de tu cuerpo. Campo de amapola y trigo, mar en calma, río salvaje.
Déjame oler la flor de tu vientre, beber de tu néctar, saborearte. Y deja que
me pierda en tu cabello, selvático, enredado y agreste, de plateado bejuco y
siniestra sombra.
Déjame
comer tu esencia, nutrirme de tu piel y carne, fagocitarte, déjame hacer de tu
persona mi sustento, de tu amor, el alivio de mi hambre, de tu pasión, mi
postre favorito.
Déjame
expirar amándote, agonizar en tu nido, morir en ti, desvanecer en tu misma
evanescencia.
Porque
sólo siendo sueño, como tú, amado mío, podré seguir teniéndote, después de
haberte perdido.
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