Chispearon
sobre nuestras cabezas, a nuestra llegada, las primeras hojas otoñales de un
olmo juguetón, hojas que, a la par, nos hicieron de alfombra. Al amor del sol
de mediodía, nos besamos bajo los arcos del Palacio, que majestuosamente nos
recibía, mientras el empedrado puso a prueba nuestra aptitud para caminar
amándonos y sin mirar al pavimento. No estaba hecho el suelo para amantes.
En la intimidad del refugio,
la pasión hizo el resto.
Los jardines nos llamaron tras
el balcón, despertándonos dulcemente con el murmullo del río. La tarde prometía
más hechizo todavía. Altos castaños y elegantes cipreses se irguieron a nuestro
paso para indicarnos el camino al Parterre. Al entrar, porrones pintureros
revolotearon nerviosos sobre el agua, avisando a las fuentes de nuestra
presencia. Los cisnes, desconfiados, nos miraban de soslayo. El Espinario, al
vernos, soltó su herido pie durante un instante y nos regaló una sonrisa. Apolo
posó petulante y altanero, para nosotros, y Hércules, respetuoso, bajó su arma.
Bako, regordeta y ágil, descendió de su fuente para ofrecernos un trago de
bienvenida reclinando su barril, y Venus se contoneó para nuestros ojos. Un
pavo real discutía con un grajo, al que finalmente ignoró, sabiéndose ganador.
Una ardilla quedó perpleja, viéndonos pasar bajo el plátano que la cobijaba.
¿Sabrán las ardillas qué es un beso?
A lo largo del paseo, el amor
hacía el resto.
Magnolios de brillantes hojas,
a falta de floración, albergaban mariposas y presumían igualmente del color.
Varios petirrojos, valientes, se acercaron a nuestros pies. El colosal Trinidad
se inclinó solemne a saludarnos, mientras los ánades y las ocas estiraban,
curiosos, sus cuellos, y el Plátano Mellizo reía por lo bajo, murmurando
socarronas su mitad con su mitad.
En los embarcaderos se
añoraban las falúas, y el Tajo tarareaba, una y otra vez, el Concierto de
Rodrigo, por compensar el silencio.
Saladino nos alimentó en
hospitalarios manteles de Damasco y nos llevó al Éufrates en fantasiosa
sabiduría .
Y en la magia de la noche,
Aranjuez hizo el resto.
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