-No le diga usted a nadie que vine a verla. La tomarían
por demente aquí en la residencia,
madre.
- Estoy harta de que otros me restrieguen a sus hijos, a
sus nietos... harta de que me recuerden lo sola que estoy. Por una vez en la vida que he podido saber de
ti desde que naciste y te llevaron de mi lado, ¿no lo puedo contar? Nunca tuve
valor de decirles que tenía un hijo desaparecido.
-Usted verá lo que hace. Pero le advierto que podría ser
peligroso. No he saltado veinte años
para que me modifique usted la existencia por un comentario imprudente,
disculpe que le sea sincero. Podría perjudicarme a mí, madre. Piénselo.
-Te sientan bien las canas, hijo. Tienes el mismo rostro
que tu padre. El mismo porte, la misma presencia… Y estas fotos que me traes de
tus hijos y nietos... Bellísimos. No se
puede negar tu descendencia. ¡Tengo tres
bisnietos!
-¿Quién fue mi padre, al que tanto dice que me parezco?
¿Me va a dejar con esa duda?
-Un aristócrata, de Córdoba capital. Trabajaba yo en su
hacienda.
-Se lió con él.
-Me enamoré. Llevaba casi dos décadas interna allá. En
cierto modo, se convirtió en mi hogar. Al final de mi estancia yo ya no tenía
padres, tampoco hermanos, ni vida social; solamente podía salir los domingos
durante una hora para asistir a misa. Y él también sentía por mí, pero estaba
casado. Nuestra historia fue duradera, clandestina, pero llena de amor.
Imposible, pero tangible. Condenable, pero real. Amarga, pero dulce.
Arriesgada, pero intensa.
Cuando quedé encinta, ya sabía que te perdería y que me
enviarían lejos, porque su esposa lo supo, claro está. Le obligó a resolver.
Créeme: Le supliqué que no me separara de ti, mas ya tenía él acuerdo con el
matrimonio que te adoptaría.
No se vive mal en Italia ahora, pese a la crisis, pero yo
vine entonces con lo puesto, y con apenas diez mil pesetas que me dio tu padre
para que pudiera subsistir hasta que encontrara un trabajo y aprendiera el
idioma. El servicio estaba muy mal pagado en España, aún vivía Franco. Tampoco
era ya casadera; te tuve cercana a la cuarentena. En cierto modo me aliviaba saber que ellos te
procurarían una infancia mucho más digna. Y se ve, por lo que me has
relatado, que te han tratado muy
bien. Solo que, como madre biológica,
quise tenerte ubicado, y no me lo permitieron. Te dieron otros apellidos, y te
perdí la pista.
Has de saber que, una vez recuperada de la maternidad
reciente, cuando él me llevó a la estación para que yo tomara el tren que acá
me trajo, lloró. Sabíamos que sería la última vez que nos veríamos. Era una
despedida para siempre. Os perdía a los dos.
-Y tan lejos que terminó viniendo, ya veo. Si no fuera
porque estas religiosas, que tan bien la cuidan, me enviaron la carta, yo no
habría sabido de su fallecimiento, ni que había pasado usted tantos años aquí,
en Roma. Por no saber, no sabría ni su nombre, madre.
No piense usted de todos modos, que en el futuro, a las empleadas de hogar se les paga mucho
mejor. En España no han mejorado mucho las cosas desde hoy.
-¿Falta mucho? Ya sabes… para que yo…
-No abuse de mí, se lo ruego. Nunca le diré la fecha de
su muerte. Ya es bastante que sepa que en tres lustros no estará usted aquí.
-¿Tres lustros? Tampoco quisiera vivir tanto, y menos,
después de haberte visto por fin, hijo. Yo ya puedo irme tranquila.
Escucha, y ¿Cómo saben las hermanas tu dirección? Si
dices que ellas te notificaron mi fallecimiento… No me han dicho nada. Es
injusto. Yo he pasado casi cuarenta años buscándote, sin éxito. Tampoco me han
comentado que saben que existes.
-No lo sé, pero la carta llegó. Si no, no habría venido
directamente aquí. Sólo hace tres años que hemos iniciado los viajes en el
tiempo para turistas. La ciencia corre, pero no vuela. ¿Sabe usted lo que es un
bucle temporal?
-¿El peligro del que me refieres, si cuento lo de hoy?
-Cuando sucede un encuentro de dos personas que residen
en épocas distintas, hay que tener mucho cuidado, porque podría suponer una
modificación en el acontecer natural de sus vidas. Aunque eso no siempre es
malo. A nosotros, por ejemplo, nos ha ayudado a encontrarnos. Llevamos hablando toda la noche aquí, en su
habitación, y nadie en la residencia se ha percatado de que tiene usted visita.
Eso es bueno, porque nuestras vidas no
lo notarán. No hay testigos de este encuentro.
Después de esta noche, usted seguirá viviendo en 2005, y
yo en 2032, sin variaciones para ninguno de ambos. Lo que está ocurriendo aquí,
sólo lo sabremos usted y yo.
-¿Cómo nos ha
ayudado ese bucle del que hablas, pues?
-No lo entendería, madre. Pero a veces, debido a estos
viajes temporales, se enlazan instantes que, desde entonces, dependen unos de
otros para poder acontecer. Sin este instante, no sucederá un hecho
futuro, que ha de suceder igualmente
para que exista el hecho anterior. Un
jaleo, ¿verdad? Mas ocurre, créalo. Estamos metidos ahora mismo en un bucle.
Celebre que hayamos podido vernos. Yo también la busqué a
usted. Mis apellidos de hijo adoptado no me ayudaron mucho. Y usted, según me
cuenta, me alumbró en las habitaciones de servicio de una casa, y a escondidas.
No había registros donde buscar.
- Ya es extraño que me hayas ido a encontrar años después
de mi muerte.
-Aún está viva, madre, por eso he venido ahora. Y gracias
a estos modernos viajes temporales, he llegado a tiempo de cumplir nuestro
sueño de encontrarnos.
-¿Vendrás a verme más veces?
-Por supuesto. El traslado ha sido costoso
económicamente, aunque ha sido la mejor inversión que haya realizado jamás, y
la máquina teletransportadora desgasta mucho el organismo. No recomiendan
repetir la experiencia hasta que no hayan transcurrido al menos dos años desde
la anterior. El daño celular necesita su tiempo para repararse, y yo ya tengo
una edad para no jugar con la salud, ya estoy jubilado. Pero no se preocupe,
para mí pasarán unos años; para usted, unos días. Programaré la próxima llegada
para el domingo que viene. ¿Quiere?
-¡Claro! Ay, qué lástima, hijo. Lo que me gustaría salir
ahí fuera y presentarte a todos. Y que te quedaras a comer con nosotros. Y que
nos contaras de esos avances de la ciencia
tan increíbles.
-No debe ser, y lo sabe.
Está amaneciendo, madre. Será mejor que me marche. Pronto
vendrán a asearla, y nadie ha de verme
aquí. Si quiere, le ayudo a meterse en la cama. Yo, después, sencillamente, me
esfumaré para aparecer en mi época y en Madrid, en el mismo instante y lugar en
que lo hice para venir. Allá me espera el personal de teletransporte. Me harán
un reconocimiento médico nada más llegar. Disculpe que me lleve las fotos; no
debo dejarlas acá.
-¿Me prometes que vendrás el domingo? ¿Me las traerás de
nuevo? Y alguna más, de tu juventud, si tienes.
-Haré lo posible, madre. Ya sabe que he de dejar pasar al menos dos años para estar listo de
nuevo. Si estoy sano para entonces y paso las pruebas médicas de idoneidad para
viajar en el tiempo otra vez, vendré a verla. Apuntaré la fecha a fin de que,
para usted, solamente pasen cuatro días. Vendré por la noche, como hoy,
discretamente. Sepa, de todos modos, que la quiero. La he querido
siempre, y no le guardo rencor.
-Abrázame, hijo, hoy ha sido el día más feliz de mi vida.
-Lo sé, madre, y el mío también. Soy inmensamente feliz,
créame. He esperado mucho tiempo este momento.
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-Era una mujer muy dulce, ¿verdad? Y así se ha ido, dulcemente, durmiendo. El
caso es que dice la compañera de al lado que esta noche juraría haberle oído
hablar. Estaría soñando en su agonía, la pobrecita.
-Sin duda que era dulce. A mí me ha dolido su marcha, y
eso que intento no implicarme con nuestros ancianos. Dame la almohada y quita
tú las sábanas.
-¿Qué es esto? Parece un sobre.
-¿Ahí, bajo la almohada? Déjame ver.
“A la atención del personal de residencia. Léase al
fallecimiento de Otilia Fernández”
-Voy a llevárselo a la hermana directora. Sigue tú
limpiando.
“Alfredo Cruz Galván, hijo de Doña Otilia Fernández.
Domicilio: Calle Zurbarán, 14. Escalera derecha. Piso 2º
A. Madrid, España”
-Dulce... y previsora, se ve. Ya tenemos a quién avisar. Extraño es que
ella no se haya puesto antes en contacto con él. En todos los años que la hemos
tenido acá en la residencia, jamás nos dijo que tuviera un hijo. Curioso,
¿verdad?
-Curioso, sí. Siempre creí que estaba sola. Por cierto,
hermana, ¿se ha fijado? No coinciden los apellidos, y sin embargo es la
dirección de un supuesto hijo.
-Cierto, cierto…
Eso me hace dudar… De todos
modos, enviaré una notificación a esta dirección. Si estaba el sobre ahí para
nosotras, será por algo. Aunque nos ocupemos aquí mismo del sepelio y funerales de la fallecida, tiene un
coste, y es bueno que exista un familiar con quien contactar. Terminen de limpiar la habitación, pero no retiren los
objetos personales de momento. Cierre con llave y tráigamela; le diré a este
hijo que venga a por ellos, si lo desea.