El padre de Noemí siempre fue muy directo con ella: “Debes prepararte mejor que tus compañeras porque eres mujer, negra y coja. Tienes más obstáculos”.
Quizá la cruda sinceridad de su padre le
hiciera mella de verdad. Ignoro si también le diría a su pequeña cuántas cosas
buenas y bonitas tenía, como aquellos ojos azules que nos tenían locas a sus
amigas por el contraste con su achocolatada piel, o su sentido del humor
insuperable.
Noemí pasaba los recreos sentada sobre su
silla de ruedas en un rincón del patio del colegio. A veces se llevaba apuntes
para estudiar, o escuchaba música en un pequeño transistor que se acercaba a la
oreja. Le hacíamos breves visitas que nos servían también de descanso entre
juegos y carreras, y siempre lo agradecía con ganas de reír y bromear.
Le teníamos un cariño especial, y no solo
por su vulnerabilidad. Ella pasaba todo el año en el internado, salvo verano y
Navidad, y en cierto modo nos consideraba su familia. Siendo recíproco el
sentimiento, un día decidimos a escondidas reunir dinero para hacerle un regalo
de cumpleaños entre todas. Consistía en un tocadiscos portátil infantil para
discos de vinilo tipo “single” que parecía un bolso, equipado con una larga cinta
ajustable para poder llevarlo en bandolera o sujetarlo al apoyabrazos de la
silla.
Noemí celebró el regalo y nos comió a
besos, pero no habíamos caído en un pequeño detalle: No había discos que meter.
Acordamos que, cuando volviéramos el lunes siguiente después del fin de semana
en casa, le llevaríamos discos para que pudiera estrenar su regalo.
En seguida se vio con una colección de
más de cincuenta que guardó en una caja de madera que le dio Blas, el cocinero
del colegio y, con mucho cariño, una monja le confeccionó un forro con tela
guateada de flores.
El resultado fue que a veces nos
olvidábamos de jugar durante el recreo, sobre todo si hacía frío, y nos gustaba
más quedarnos junto a Noemí a escuchar los discos que más nos gustaban.
Yo le había llevado uno, canción original
de mi serie televisiva favorita , “Pippi Calzaslargas”, con el que hicimos una
divertida coreografía de baile, pero entre los que trajeron las compañeras,
elegí algunas canciones que, posteriormente, he recordado como esenciales en la
banda sonora de mi vida y las sigo escuchando con la misma emoción:
Sergio y Estíbaliz y su “Volver”, algunas
canciones de José Luis Perales, Juan Bau y su “Estrella de David”, TODO lo que
hubiera en la caja cantado por Nino Bravo, “La orilla blanca, la orilla negra”
de Iva Zanicchi y una versión de “Los ojos de la española” que brillantemente
interpretaba el trío Los Panchos.
No tendría espacio para enumerar la
cantidad de canciones que ya entonces quedaron grabadas en mi alma, pero sí
debo expresar el orgullo que siento cuando recuerdo cuánto pudimos ayudar a
Noemí a llenar sus recreos sin juegos ni carreras. En una época como la actual
donde seguramente habría sido presa de bullying por su discapacidad y raza,
necesito recordar que hubo una vez en que los niños fueron nobles y generosos
con el débil. Quizá necesitaríamos, indudablemente, más música.