miércoles, 20 de mayo de 2015

El bucle

-No le diga usted a nadie que vine a verla. La tomarían por demente aquí  en la residencia, madre.

- Estoy harta de que otros me restrieguen a sus hijos, a sus nietos... harta de que me recuerden lo sola que estoy.  Por una vez en la vida que he podido saber de ti desde que naciste y te llevaron de mi lado, ¿no lo puedo contar? Nunca tuve valor de decirles que tenía un hijo desaparecido.

-Usted verá lo que hace. Pero le advierto que podría ser peligroso. No he saltado veinte  años para que me modifique usted la existencia por un comentario imprudente, disculpe que le sea sincero. Podría perjudicarme a mí, madre. Piénselo.

-Te sientan bien las canas, hijo. Tienes el mismo rostro que tu padre. El mismo porte, la misma presencia… Y estas fotos que me traes de tus hijos y nietos... Bellísimos.  No se puede negar tu descendencia. ¡Tengo tres  bisnietos!

-¿Quién fue mi padre, al que tanto dice que me parezco? ¿Me va a dejar con esa duda?

-Un aristócrata, de Córdoba capital. Trabajaba yo en su hacienda.

-Se lió con él.

-Me enamoré. Llevaba casi dos décadas interna allá. En cierto modo, se convirtió en mi hogar. Al final de mi estancia yo ya no tenía padres, tampoco hermanos, ni vida social; solamente podía salir los domingos durante una hora para asistir a misa. Y él también sentía por mí, pero estaba casado. Nuestra historia fue duradera, clandestina, pero llena de amor. Imposible, pero tangible. Condenable, pero real. Amarga, pero dulce. Arriesgada, pero intensa.
Cuando quedé encinta, ya sabía que te perdería y que me enviarían lejos, porque su esposa lo supo, claro está. Le obligó a resolver. Créeme: Le supliqué que no me separara de ti, mas ya tenía él acuerdo con el matrimonio que te adoptaría.
No se vive mal en Italia ahora, pese a la crisis, pero yo vine entonces con lo puesto, y con apenas diez mil pesetas que me dio tu padre para que pudiera subsistir hasta que encontrara un trabajo y aprendiera el idioma. El servicio estaba muy mal pagado en España, aún vivía Franco. Tampoco era ya casadera; te tuve cercana a la cuarentena.  En cierto modo me aliviaba saber que ellos te procurarían una infancia mucho más digna. Y se ve, por lo que me has relatado,  que te han tratado muy bien.  Solo que, como madre biológica, quise tenerte ubicado, y no me lo permitieron. Te dieron otros apellidos, y te perdí la pista.
Has de saber que, una vez recuperada de la maternidad reciente, cuando él me llevó a la estación para que yo tomara el tren que acá me trajo, lloró. Sabíamos que sería la última vez que nos veríamos. Era una despedida para siempre. Os perdía a los dos.

-Y tan lejos que terminó viniendo, ya veo. Si no fuera porque estas religiosas, que tan bien la cuidan, me enviaron la carta, yo no habría sabido de su fallecimiento, ni que había pasado usted tantos años aquí, en Roma. Por no saber, no sabría ni su nombre, madre.
No piense usted de todos modos, que en el futuro,  a las empleadas de hogar se les paga mucho mejor. En España no han mejorado mucho las cosas desde hoy.

-¿Falta mucho? Ya sabes… para que yo…

-No abuse de mí, se lo ruego. Nunca le diré la fecha de su muerte. Ya es bastante que sepa que en tres lustros no estará usted aquí.

-¿Tres lustros? Tampoco quisiera vivir tanto, y menos, después de haberte visto por fin, hijo. Yo ya puedo irme tranquila.
Escucha, y ¿Cómo saben las hermanas tu dirección? Si dices que ellas te notificaron mi fallecimiento… No me han dicho nada. Es injusto. Yo he pasado casi cuarenta años buscándote, sin éxito. Tampoco me han comentado que saben que existes.

-No lo sé, pero la carta llegó. Si no, no habría venido directamente aquí. Sólo hace tres años que hemos iniciado los viajes en el tiempo para turistas. La ciencia corre, pero no vuela. ¿Sabe usted lo que es un bucle temporal?

-¿El peligro del que me refieres, si cuento lo de hoy?

-Cuando sucede un encuentro de dos personas que residen en épocas distintas, hay que tener mucho cuidado, porque podría suponer una modificación en el acontecer natural de sus vidas. Aunque eso no siempre es malo. A nosotros, por ejemplo, nos ha ayudado a encontrarnos. Llevamos  hablando toda la noche aquí, en su habitación, y nadie en la residencia se ha percatado de que tiene usted visita. Eso es bueno, porque nuestras  vidas no lo notarán. No hay testigos de este encuentro.
Después de esta noche, usted seguirá viviendo en 2005, y yo en 2032, sin variaciones para ninguno de ambos. Lo que está ocurriendo aquí, sólo lo sabremos usted y yo.

 -¿Cómo nos ha ayudado ese bucle del que hablas, pues?

-No lo entendería, madre. Pero a veces, debido a estos viajes temporales, se enlazan instantes que, desde entonces, dependen unos de otros para poder acontecer. Sin este instante, no sucederá un hecho futuro,  que ha de suceder igualmente para que exista el hecho  anterior. Un jaleo, ¿verdad? Mas ocurre, créalo. Estamos metidos ahora mismo en un bucle.
Celebre que hayamos podido vernos. Yo también la busqué a usted. Mis apellidos de hijo adoptado no me ayudaron mucho. Y usted, según me cuenta, me alumbró en las habitaciones de servicio de una casa, y a escondidas. No había registros donde buscar.

- Ya es extraño que me hayas ido a encontrar años después de mi muerte.

-Aún está viva, madre, por eso he venido ahora. Y gracias a estos modernos viajes temporales, he llegado a tiempo de cumplir nuestro sueño de encontrarnos.

-¿Vendrás a verme más veces?

-Por supuesto. El traslado ha sido costoso económicamente, aunque ha sido la mejor inversión que haya realizado jamás, y la máquina teletransportadora desgasta mucho el organismo. No recomiendan repetir la experiencia hasta que no hayan transcurrido al menos dos años desde la anterior. El daño celular necesita su tiempo para repararse, y yo ya tengo una edad para no jugar con la salud, ya estoy jubilado. Pero no se preocupe, para mí pasarán unos años; para usted, unos días. Programaré la próxima llegada para el domingo que viene. ¿Quiere?

-¡Claro! Ay, qué lástima, hijo. Lo que me gustaría salir ahí fuera y presentarte a todos. Y que te quedaras a comer con nosotros. Y que nos contaras de esos avances de la ciencia  tan increíbles.

-No debe ser, y lo sabe.
Está amaneciendo, madre. Será mejor que me marche. Pronto vendrán a asearla, y nadie ha de  verme aquí. Si quiere, le ayudo a meterse en la cama. Yo, después, sencillamente, me esfumaré para aparecer en mi época y en Madrid, en el mismo instante y lugar en que lo hice para venir. Allá me espera el personal de teletransporte. Me harán un reconocimiento médico nada más llegar. Disculpe que me lleve las fotos; no debo dejarlas acá.

-¿Me prometes que vendrás el domingo? ¿Me las traerás de nuevo? Y alguna más, de tu juventud, si tienes.

-Haré lo posible, madre. Ya sabe que he de dejar  pasar al menos dos años para estar listo de nuevo. Si estoy sano para entonces y paso las pruebas médicas de idoneidad para viajar en el tiempo otra vez, vendré a verla. Apuntaré la fecha a fin de que, para usted, solamente pasen cuatro días. Vendré por la noche, como hoy, discretamente.  Sepa,  de todos modos, que la quiero. La he querido siempre, y no le guardo rencor.

-Abrázame, hijo, hoy ha sido el día más feliz de mi vida.

-Lo sé, madre, y el mío también. Soy inmensamente feliz, créame. He esperado mucho tiempo este momento.

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-Era una mujer muy dulce, ¿verdad?  Y así se ha ido, dulcemente, durmiendo. El caso es que dice la compañera de al lado que esta noche juraría haberle oído hablar. Estaría soñando en su agonía, la pobrecita.

-Sin duda que era dulce. A mí me ha dolido su marcha, y eso que intento no implicarme con nuestros ancianos. Dame la almohada y quita tú las sábanas.

-¿Qué es esto? Parece un sobre.

-¿Ahí, bajo la almohada? Déjame ver.

“A la atención del personal de residencia. Léase al fallecimiento de Otilia Fernández”

-Voy a llevárselo a la hermana directora. Sigue tú limpiando.

“Alfredo Cruz Galván, hijo de Doña Otilia Fernández.
Domicilio: Calle Zurbarán, 14. Escalera derecha. Piso 2º A. Madrid, España”


-Dulce... y previsora, se ve.  Ya tenemos a quién avisar. Extraño es que ella no se haya puesto antes en contacto con él. En todos los años que la hemos tenido acá en la residencia, jamás nos dijo que tuviera un hijo. Curioso, ¿verdad?

-Curioso, sí. Siempre creí que estaba sola. Por cierto, hermana, ¿se ha fijado? No coinciden los apellidos, y sin embargo es la dirección de un supuesto hijo.

-Cierto, cierto…  Eso me hace dudar…  De todos modos, enviaré una notificación a esta dirección. Si estaba el sobre ahí para nosotras, será por algo. Aunque nos ocupemos aquí mismo del  sepelio y funerales de la fallecida, tiene un coste, y es bueno que exista un familiar con quien contactar. Terminen  de limpiar la habitación, pero no retiren los objetos personales de momento. Cierre con llave y tráigamela; le diré a este hijo que venga a por ellos, si lo desea.


viernes, 15 de mayo de 2015

Rosquillas de San Isidro (Tontas y Listas)

Realmente son las mismas, solo que las “listas” llevan después un baño de glasa de limón.
Para 20 de cada tipo he necesitado:
600 gramos de harina
6 huevos (y uno más para pintar)
200 gramos de aceite de girasol
170 gramos de azúcar
30 gramos de licor de anís
30 gramos de anís en grano
Batimos el azúcar con los huevos hasta que quede una crema espesa, añadimos el aceite, el anís y los anisillos, y finalmente la harina.
Hacemos unas bolas de unos 30 gramos, o unos cilindros y formamos las rosquillas.



Las metemos al horno a unos 150 grados. Cuando se abren y doran, están hechas.


Éstas serían las rosquillas "tontas". Para hacer las listas, las colocamos sobre una rejilla con una bandeja debajo, para que puedan gotear.

Para hacer la glasa, batimos 100 gramos de azúcar glass con una clara de huevo y el zumo de un limón. Hay quien lo mezcla con un almíbar; a nosotros nos gusta más así porque sabe más a limoncito.



 Pues eso, ¡Feliz San Isidro y buen provecho!